Las diversas formas de demoler Por: Luis Mattini
La historia de los métodos de dominación para aplastar y demoler la lucha
emancipatoria de los dominados es rica en variantes no siempre recordadas
por los historiadores, o al menos por la memoria. Se recuerda con agudeza
y franco dolor la derrotas brutales, sangrientas, con muchos muertos y de
dolores vivos, como la Comuna de Paris,
revolución alemana, el Golpe del 55, el asesinato del Che o Salvador
Allende, etc.
En cambio suelen olvidarse, o al menos recordarse con nostalgia, las
revoluciones “traicionadas” como
Rusa,
las que “triunfaron” en el sentido que habían logrado tomar el poder.
Cierto es que, por lo general, en todos estos casos hay indignación y
polémica, empezando por la revolución bolchevique, de donde tomé prestada
la expresión “revolución traicionada”, de la boca de uno de sus hacedores:
León Trotsky.
Pero existen más variantes de derrotas. Ahora me ocuparé de esta que
estamos sufriendo los argentinos, y que más allá del dolor, de la
indignación, nos produce una tremenda tristeza. Y esto es lo grave, porque
el dolor y la indignación suelen ser estimulantes para la lucha, en cambio
la tristeza en un conocido factor paralizante. Es nuestro caso, claro, no
es el único, con un poquito que incursionemos veremos que parecería estar
vastamente extendido por el mundo. Y también apuntemos que es
imprescindible transformar la tristeza en indignación, en sentir como
propia la bofetada en la mejilla del otro, como punto de partida
guevarista para la acción.
Pero antes de continuar, recordemos que la parte más feliz de la acción
revolucionaria no ha sido “la toma del poder”, sino el proceso hacia tal
fin. Como decía Don Quijote, lo importante es el camino, no la posada.
Este concepto es el que me llevó a afirmar en diversas oportunidades que
aquellos años fueron los más felices de nuestras vidas, porque éramos
libres a pesar de vivir bajo dictaduras o sistema de “estado policial”.
Éramos libres porque supimos superar el lugar de “victimas”.
Esta afirmación que molestó a más de uno, es compartida sin embargo, por
decenas de compañeros que han sobrevivido, incluso muchos con largos años
de prisión y otros con exilios. Se niegan enfáticamente a ser considerados
“victimas”. Pero eso no significa perder de vista que tal afirmación es
desconocida o no compartida, por un lado por nuestros hijos, que en muchos
casos eran niños que lo sufrieron, otros más pequeños que no conocieron a
sus padres hoy desaparecidos; y por otro lado por nuestros ascendientes,
aquellas madres y padres que no militaban en nuestras organizaciones.
Tanto unos como otros sí pueden ser considerados víctimas.
Por esas razones, unos y otros, hoy organizados en Madres de Plaza de
Mayo, H.I.J.O.S., Abuelas y otros Organismos, no conocían en rigor cuál
era nuestro ideario. Los hechos demuestran que hoy lo conocen con extrema
vaguedad y con harta frecuencia asombrosamente distorsionados, o con
diversos huecos, llenados con naturalidad por la imaginación. A ello se
agrega que los protagonistas sobrevivientes, tanto los ex presos como los
ex exiliados externos e internos, no siempre hemos sabido defender esa
historia, por razones que no es dable tratar aquí.
Ese vacío que dejamos fue ocupado rápidamente durante las primeras dos
décadas inmediatas a la restauración Institucional, por la mayoría de la
llamada izquierda tradicional, aquella que después de la aberrante Unión
Democrática de los años cuarenta, y haber saludado a la “revolución
libertadora” en 1955, descubrió el “ser nacional” en el peronismo y, más
papista que el Papa, se vistió de peronista en los años sesenta. El
problema es que no era peronista, nunca pudo tener su autenticidad, sólo
adquirió sus ropajes en forma de farsa. Después de la retirada de la
dictadura, con los restos de los revolucionarios dispersos, y el peronismo
algo maltrecho, esta vieja izquierda creyó que había llegado su hora.
Parafraseando la frase hecha digamos que la tragedia se había transformado
en farsa.
Era la misma farsa de su discurso revolucionario, o lo que es lo mismo,
guevarista. Esa izquierda, que se apropió de una historia que no le
pertenece, en los años sesenta y setenta había acusado a Ernesto Guevara
de “aventurero”, y a nosotros, los autollamados setentistas porque
involucra diversas identidades políticas, de “pequeña burguesía
desesperada”, cuando no de agentes de
afirmo, revise los archivos periodísticos y documentales.
Como digo, se apropió de esa historia durante los primeros años post
dictadura. Es curioso que, mientras tanto, la clase dominante manejaba la
teoría de los dos demonios para asegurar la derrota de los revolucionarios
de los setenta. Sin embargo, pese a toda la machaca puesta allí, no logró
su cometido, poco a poco se fue desarmando esa teoría. Hay que decir que
eso fue obra en particular de las organizaciones Madres y Abuelas y los
organismos de derechos humanos, quienes hasta entonces no habían podido
ser comprados ni silenciados. Algunos protagonistas de la época y también
investigadores serios, también pusimos nuestro granito de arena mediante
artículos, conferencias y libros.
Sin embargo, después de la calamitosa caída de
de Duhalde, surgió Kirchner quien tuvo una curiosa habilidad: con un
decreto realizó el programa de
a los criminales de guerra. Téngase en cuenta que en la lucha contra la
teoría de los dos demonios, se fue conformando la idea de que los ideales
setentistas, los programas por los cuales dejaron su vida, consistían en
el restablecimiento del Estado de Derecho y los consecuentes juicios a los
militares. En eso consistía al programa de
consigna más difundida y agitada por la candidata a presidenta era “Cárcel
a los genocidas”.
Por allí fue por donde el ex presidente Kirchner supo encontrar el precio
de la jefa de Madres de Plaza de Mayo. Kirchner, a diferencia de Menem, no
debe de haber leído a Sócrates, pero seguro que conocía aquella anécdota
que cuenta que el invasor de Atenas quiso comprar al filósofo, para
lograr su complicidad y le dijo: “Todo hombre tiene su precio” y para su
sorpresa. Sócrates le contestó que sí, que él también tenia el suyo. Y
cuando el otro regocijado le preguntó cuál era, el filósofo respondió: “La
libertad de Atenas.” La anécdota me inspira cierta asociación para
intentar explicar lo inexplicable, o sea el grado de credibilidad que se
le dio a Kirchner: es probable que
presidente que su precio era la realización del programa social por el que
habían luchado sus hijos, los jóvenes del los setenta, y Kirchner, puso
enormes energías y voluntad en acelerar los juicios. De allí la única
explicación a esa frase que quedó dando vueltas en el mundo “nuestros
hijos están en el Gobierno”
Pero esto no es una genialidad de Kirchner. No es que Alfonsín, Menem o De
pasan por un proceso de degradación de una gravedad nunca vista. Dicho de
otra manera, se puede comprar semejantes baratijas, como decir que el
actual gobierno lleva adelante el ideario de los setentistas, porque la
historia nacional no recuerda semejante degradación de la cultura.
Insisto: la consigna central de
genocidas”. Hoy Menéndez ha sido condenado a cadena perpetua y eso está
muy bien, claro, no más generales asesinos...pero los indígenas del Chaco
están muriendo de desnutrición como consecuencia del afianzamiento de un
modelo productivo asesino que inició Menem, continuó
Kirchner y no hay señales que la actual presidenta lo modifique. Y ese
modelo productivo está apoyado por el grueso del progresismo, que sigue
soñando con el progreso como modo de emancipación. Ese modelo productivo
que obedece a la etapa superior del capitalismo, ahora definitivamente en
casa, está sostenido desde el punto de vista del “consenso” por la clase
ilustrada, que acusa de todos nuestros males a una vilipendiada “clase
media”. Sería bueno que esta clase ilustrada que no se percata de que es
clase media ella misma, leyera “La rebelión de las Masas” de Ortega y
Gasset.
Porque, por supuesto, es obvio que antes las clases dominantes manipularon
la educación a su conveniencia y así teníamos la historia “mitrista”, la
historia del despotismo ilustrado. Con todo dentro de esas líneas, por un
lado había cierta mínima seriedad y cierta creatividad (Por más que le
fastidie a Norberto Galazzo, el Che llevaba en su mochila “Las guerras de
las Republiquetas”, ah y casi me olvido, ese libro, escrito por el
oligarca Mitre, también recomendado por Santucho, –no para escribir la
historia sino para hacerla–, fue prohibido por la dictadura de Videla) Si,
como lo escuchó, se prohibió un libro de Bartolomé Mitre!
Por otro lado siempre hubo, pese a todo, pensadores y escritores
subversivos. Claro eran tan “subversivos” que fueron también rechazados
por la “izquierda” o por el “nacionalismo popular”. Caso típico fue Luis
Franco quien afirmó en 1962 que un Nuremberg de los pueblos hubiera
fusilado a los cuatro: Hitler, Roosevelt, Churchil y Stalin por criminales
de guerra.
El problema es que a aquel despotismo ilustrado que ayer dominaba el
sistema educativo y la industria editorial, hoy le compite con ventaja
una especie de “vaquerismo ilustrado”. O sea “ilustrados” que no usan
corbata sino vaqueros como forma de no ser “oligarcas”, pero que ni
siquiera llegan a cierta creatividad de aquel “alpargatas sí, libro no” o
a colgar a Jesús y Beethoven como en la “revolución cultural” en China,
porque en tal caso se hubieran vestido de bombachas y hoy seríamos una
potencia capitalista como la patria de Mao.
Estos “ilustrados”, son muchos, un producto indeseado de la
“democratización” de las Universidad, y hoy han invadido, por un lado el
gobierno y por otro una insospechada penetración en los medios masivos,
Clarín, P12, Crítica, Perfil, puf, etc...las “Universidades
Alternativas”, ni hablar de los panfletos de “izquierda”, Radio Nacional,
Canal 7, diversas radios, en fin donde populan los ilustres que bien
podrían llamarse “Intelectuales a
momentos, sueñan con ser montoneros resistiendo a un golpe de Estado y
parecen creer en serio que existe una burguesía nacional.
Las clases dominantes, en tanto, ya no disputan los ámbitos universitarios
como lo hizo en la época del despotismo ilustrado, no de ninguna manera,
se encontraron que el trabajo de este “vaquerismo ilustrado” es mucho más
eficaz. La clase dominante hegemónica, la que no guarda nostalgias de una
refinada cultura “oligárquica” en el diario
el Imperio en forma de agro negocios, agroindustria, automotrices y todos
sus etc., parece ver con claridad que una buena manera de mantener la
dominación, es precisamente con esta formidable, inédita denigración de
la política y de la cultura. Olvídese de la “oligarquía” o el despotismo
ilustrado...en todo caso ellos mantienen sus reservas en
Porque señores: una cosa no resiste la mínima lógica: los políticos tan
vilipendiados como responsables de los males actuales del mundo, no
salen, como en otras épocas, ni de las instituciones armadas o
religiosas, ni de las logias especiales, ni siquiera en forma importante
de las empresarias, salen de la universidad, o bien están rodeados de
universitarios, porque de algo tienen que trabajar la masa de graduados.
Algunos todavía del sindicalismo, particularmente de la parte de los
trabajadores no manuales. Si reflexionamos a fondo sobre este
indiscutible hecho, quizás empecemos a pensar en la necesidad, no ya de
una “reforma” Universitaria como la gloriosa del 18, sino una profunda
revolución universitaria, que empiece por cuestionar a fondo el modo de
conocer.
Una cosa queda clara: el capitalismo ha alcanzado la hegemonía total, tal
cual lo previera Karl Marx y con ello el punto de madurez para su
superación. Reivindicamos las grandes batallas revolucionarias, con
emoción y gratitud a quienes nos precedieron, a pesar de las derrotas. Las
derrotas nunca son definitivas porque incluso la libertad está en la
lucha, en la rebeldía. Pero la derrota más profunda ha sido cultural. La
actual denigración de la política y la cultura lleva la marca del triunfo
capitalista y está expresada en esta impostura y en estos vaqueristas
ilustrados.
Por suerte pareciera olerse en el aire que se avecina un nuevo ciclo de
luchas, quizás como dice mi editor, un nuevo ciclo de treinta años. Es de
esperar que esta vez no olvidemos una lección esencial del Che “elegir el
terreno de lucha”. Tal como hicimos en los setentas huyamos de los
comités, de los “locales”, de las universidades, incluidas las llamadas
“alternativas”. (Digo huir en sentido político, no del empleo con el que
nos ganamos la vida, docente, periodista, albañil, colectivero, o lo que
sea, y que a veces nos seduce haciéndonos creer que desde allí hacemos la
revolución) Si logramos superar la fascinación por el terreno con el que
busca y logra seducirnos la clase dominante, no sólo el parlamento, sino
esencialmente las academias, la universidad y los medios de comunicación,
los sindicatos, podremos entender por fin que ni la política ni la
cultura emancipatoria está en esos ámbitos; la política y la cultura está
en otra parte: descubrir dónde es esa “otra parte”, es haber asimilado en
profundidad la herencia del Che.
Fuentes: www.codoacodourge.blogspot.com www.nodo50.org/codoacodo http://www.lafogata.org
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