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23 agosto 2008

Luis Mattini-Las diversas formas de demoler

Luis Mattini -dirigente del E.R.P. (Ejército Revolucionario del Pueblo) en los años 70, un integrante de una generación que goza del privilegio incierto de vivir a caballo entre dos épocas. Arnold Kremer más conocido como Luis Mattini, ese fue su seudónimo, aunque esta vez puede decirse literalmente que se ha tratado de su nombre de guerra. Fue uno de los principales dirigentes del Partido Revolucionario de los trabajadores y su brazo armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) en cuya conducción reemplazó a Mario Santucho tras su muerte. Mattini se exilió en Suecia, y en 1980 renunció al ERP. Volvió a la Argentina con los aires democráticos y con sus ideas enriquecidas por el contacto con el mundo, el tiempo, acaso las incertidumbres. Actualmente trabaja en la Defensoría del Pueblo de la Nación.


Las diversas formas de demoler Por: Luis Mattini

La historia de los métodos de dominación para aplastar y demoler la lucha

emancipatoria de los dominados es rica en variantes no siempre recordadas

por los historiadores, o al menos por la memoria. Se recuerda con agudeza

y franco dolor la derrotas brutales, sangrientas, con muchos muertos y de

dolores vivos, como la Comuna de Paris, la Guerra civil Española, la

revolución alemana, el Golpe del 55, el asesinato del Che o Salvador

Allende, etc.

En cambio suelen olvidarse, o al menos recordarse con nostalgia, las

revoluciones “traicionadas” como la Revolución Mexicana, la Revolución

Rusa, la China, la de Nicaragua y…bueno, en realidad la inmensa mayoría de

las que “triunfaron” en el sentido que habían logrado tomar el poder.

Cierto es que, por lo general, en todos estos casos hay indignación y

polémica, empezando por la revolución bolchevique, de donde tomé prestada

la expresión “revolución traicionada”, de la boca de uno de sus hacedores:

León Trotsky.

Pero existen más variantes de derrotas. Ahora me ocuparé de esta que

estamos sufriendo los argentinos, y que más allá del dolor, de la

indignación, nos produce una tremenda tristeza. Y esto es lo grave, porque

el dolor y la indignación suelen ser estimulantes para la lucha, en cambio

la tristeza en un conocido factor paralizante. Es nuestro caso, claro, no

es el único, con un poquito que incursionemos veremos que parecería estar

vastamente extendido por el mundo. Y también apuntemos que es

imprescindible transformar la tristeza en indignación, en sentir como

propia la bofetada en la mejilla del otro, como punto de partida

guevarista para la acción.

Pero antes de continuar, recordemos que la parte más feliz de la acción

revolucionaria no ha sido “la toma del poder”, sino el proceso hacia tal

fin. Como decía Don Quijote, lo importante es el camino, no la posada.

Este concepto es el que me llevó a afirmar en diversas oportunidades que

aquellos años fueron los más felices de nuestras vidas, porque éramos

libres a pesar de vivir bajo dictaduras o sistema de “estado policial”.

Éramos libres porque supimos superar el lugar de “victimas”.

Esta afirmación que molestó a más de uno, es compartida sin embargo, por

decenas de compañeros que han sobrevivido, incluso muchos con largos años

de prisión y otros con exilios. Se niegan enfáticamente a ser considerados

“victimas”. Pero eso no significa perder de vista que tal afirmación es

desconocida o no compartida, por un lado por nuestros hijos, que en muchos

casos eran niños que lo sufrieron, otros más pequeños que no conocieron a

sus padres hoy desaparecidos; y por otro lado por nuestros ascendientes,

aquellas madres y padres que no militaban en nuestras organizaciones.

Tanto unos como otros sí pueden ser considerados víctimas.

Por esas razones, unos y otros, hoy organizados en Madres de Plaza de

Mayo, H.I.J.O.S., Abuelas y otros Organismos, no conocían en rigor cuál

era nuestro ideario. Los hechos demuestran que hoy lo conocen con extrema

vaguedad y con harta frecuencia asombrosamente distorsionados, o con

diversos huecos, llenados con naturalidad por la imaginación. A ello se

agrega que los protagonistas sobrevivientes, tanto los ex presos como los

ex exiliados externos e internos, no siempre hemos sabido defender esa

historia, por razones que no es dable tratar aquí.

Ese vacío que dejamos fue ocupado rápidamente durante las primeras dos

décadas inmediatas a la restauración Institucional, por la mayoría de la

llamada izquierda tradicional, aquella que después de la aberrante Unión

Democrática de los años cuarenta, y haber saludado a la “revolución

libertadora” en 1955, descubrió el “ser nacional” en el peronismo y, más

papista que el Papa, se vistió de peronista en los años sesenta. El

problema es que no era peronista, nunca pudo tener su autenticidad, sólo

adquirió sus ropajes en forma de farsa. Después de la retirada de la

dictadura, con los restos de los revolucionarios dispersos, y el peronismo

algo maltrecho, esta vieja izquierda creyó que había llegado su hora.

Parafraseando la frase hecha digamos que la tragedia se había transformado

en farsa.

Era la misma farsa de su discurso revolucionario, o lo que es lo mismo,

guevarista. Esa izquierda, que se apropió de una historia que no le

pertenece, en los años sesenta y setenta había acusado a Ernesto Guevara

de “aventurero”, y a nosotros, los autollamados setentistas porque

involucra diversas identidades políticas, de “pequeña burguesía

desesperada”, cuando no de agentes de la CIA. Si tiene duda de lo que aquí

afirmo, revise los archivos periodísticos y documentales.

Como digo, se apropió de esa historia durante los primeros años post

dictadura. Es curioso que, mientras tanto, la clase dominante manejaba la

teoría de los dos demonios para asegurar la derrota de los revolucionarios

de los setenta. Sin embargo, pese a toda la machaca puesta allí, no logró

su cometido, poco a poco se fue desarmando esa teoría. Hay que decir que

eso fue obra en particular de las organizaciones Madres y Abuelas y los

organismos de derechos humanos, quienes hasta entonces no habían podido

ser comprados ni silenciados. Algunos protagonistas de la época y también

investigadores serios, también pusimos nuestro granito de arena mediante

artículos, conferencias y libros.

Sin embargo, después de la calamitosa caída de la Alianza, con interludio

de Duhalde, surgió Kirchner quien tuvo una curiosa habilidad: con un

decreto realizó el programa de la Izquierda Unida, agilizando los juicios

a los criminales de guerra. Téngase en cuenta que en la lucha contra la

teoría de los dos demonios, se fue conformando la idea de que los ideales

setentistas, los programas por los cuales dejaron su vida, consistían en

el restablecimiento del Estado de Derecho y los consecuentes juicios a los

militares. En eso consistía al programa de la Izquierda Unida, cuya

consigna más difundida y agitada por la candidata a presidenta era “Cárcel

a los genocidas”.

Por allí fue por donde el ex presidente Kirchner supo encontrar el precio

de la jefa de Madres de Plaza de Mayo. Kirchner, a diferencia de Menem, no

debe de haber leído a Sócrates, pero seguro que conocía aquella anécdota

que cuenta que el invasor de Atenas quiso comprar al filósofo, para

lograr su complicidad y le dijo: “Todo hombre tiene su precio” y para su

sorpresa. Sócrates le contestó que sí, que él también tenia el suyo. Y

cuando el otro regocijado le preguntó cuál era, el filósofo respondió: “La

libertad de Atenas.” La anécdota me inspira cierta asociación para

intentar explicar lo inexplicable, o sea el grado de credibilidad que se

le dio a Kirchner: es probable que la Jefa de Madres le dijo que al ex

presidente que su precio era la realización del programa social por el que

habían luchado sus hijos, los jóvenes del los setenta, y Kirchner, puso

enormes energías y voluntad en acelerar los juicios. De allí la única

explicación a esa frase que quedó dando vueltas en el mundo “nuestros

hijos están en el Gobierno”

Pero esto no es una genialidad de Kirchner. No es que Alfonsín, Menem o De

la Rúa no se “avivaron”. Esto fue posible porque la política y la cultura

pasan por un proceso de degradación de una gravedad nunca vista. Dicho de

otra manera, se puede comprar semejantes baratijas, como decir que el

actual gobierno lleva adelante el ideario de los setentistas, porque la

historia nacional no recuerda semejante degradación de la cultura.

Insisto: la consigna central de la Izquierda Unida era: “cárcel a los

genocidas”. Hoy Menéndez ha sido condenado a cadena perpetua y eso está

muy bien, claro, no más generales asesinos...pero los indígenas del Chaco

están muriendo de desnutrición como consecuencia del afianzamiento de un

modelo productivo asesino que inició Menem, continuó la Alianza, luego

Kirchner y no hay señales que la actual presidenta lo modifique. Y ese

modelo productivo está apoyado por el grueso del progresismo, que sigue

soñando con el progreso como modo de emancipación. Ese modelo productivo

que obedece a la etapa superior del capitalismo, ahora definitivamente en

casa, está sostenido desde el punto de vista del “consenso” por la clase

ilustrada, que acusa de todos nuestros males a una vilipendiada “clase

media”. Sería bueno que esta clase ilustrada que no se percata de que es

clase media ella misma, leyera “La rebelión de las Masas” de Ortega y

Gasset.

Porque, por supuesto, es obvio que antes las clases dominantes manipularon

la educación a su conveniencia y así teníamos la historia “mitrista”, la

historia del despotismo ilustrado. Con todo dentro de esas líneas, por un

lado había cierta mínima seriedad y cierta creatividad (Por más que le

fastidie a Norberto Galazzo, el Che llevaba en su mochila “Las guerras de

las Republiquetas”, ah y casi me olvido, ese libro, escrito por el

oligarca Mitre, también recomendado por Santucho, –no para escribir la

historia sino para hacerla–, fue prohibido por la dictadura de Videla) Si,

como lo escuchó, se prohibió un libro de Bartolomé Mitre!

Por otro lado siempre hubo, pese a todo, pensadores y escritores

subversivos. Claro eran tan “subversivos” que fueron también rechazados

por la “izquierda” o por el “nacionalismo popular”. Caso típico fue Luis

Franco quien afirmó en 1962 que un Nuremberg de los pueblos hubiera

fusilado a los cuatro: Hitler, Roosevelt, Churchil y Stalin por criminales

de guerra.

El problema es que a aquel despotismo ilustrado que ayer dominaba el

sistema educativo y la industria editorial, hoy le compite con ventaja

una especie de “vaquerismo ilustrado”. O sea “ilustrados” que no usan

corbata sino vaqueros como forma de no ser “oligarcas”, pero que ni

siquiera llegan a cierta creatividad de aquel “alpargatas sí, libro no” o

a colgar a Jesús y Beethoven como en la “revolución cultural” en China,

porque en tal caso se hubieran vestido de bombachas y hoy seríamos una

potencia capitalista como la patria de Mao.

Estos “ilustrados”, son muchos, un producto indeseado de la

“democratización” de las Universidad, y hoy han invadido, por un lado el

gobierno y por otro una insospechada penetración en los medios masivos,

Clarín, P12, Crítica, Perfil, puf, etc...las “Universidades

Alternativas”, ni hablar de los panfletos de “izquierda”, Radio Nacional,

Canal 7, diversas radios, en fin donde populan los ilustres que bien

podrían llamarse “Intelectuales a la Carta”, muchos de los cuales en estos

momentos, sueñan con ser montoneros resistiendo a un golpe de Estado y

parecen creer en serio que existe una burguesía nacional.

Las clases dominantes, en tanto, ya no disputan los ámbitos universitarios

como lo hizo en la época del despotismo ilustrado, no de ninguna manera,

se encontraron que el trabajo de este “vaquerismo ilustrado” es mucho más

eficaz. La clase dominante hegemónica, la que no guarda nostalgias de una

refinada cultura “oligárquica” en el diario La Nación, la que protagoniza

el Imperio en forma de agro negocios, agroindustria, automotrices y todos

sus etc., parece ver con claridad que una buena manera de mantener la

dominación, es precisamente con esta formidable, inédita denigración de

la política y de la cultura. Olvídese de la “oligarquía” o el despotismo

ilustrado...en todo caso ellos mantienen sus reservas en La Nación.

Porque señores: una cosa no resiste la mínima lógica: los políticos tan

vilipendiados como responsables de los males actuales del mundo, no

salen, como en otras épocas, ni de las instituciones armadas o

religiosas, ni de las logias especiales, ni siquiera en forma importante

de las empresarias, salen de la universidad, o bien están rodeados de

universitarios, porque de algo tienen que trabajar la masa de graduados.

Algunos todavía del sindicalismo, particularmente de la parte de los

trabajadores no manuales. Si reflexionamos a fondo sobre este

indiscutible hecho, quizás empecemos a pensar en la necesidad, no ya de

una “reforma” Universitaria como la gloriosa del 18, sino una profunda

revolución universitaria, que empiece por cuestionar a fondo el modo de

conocer.

Una cosa queda clara: el capitalismo ha alcanzado la hegemonía total, tal

cual lo previera Karl Marx y con ello el punto de madurez para su

superación. Reivindicamos las grandes batallas revolucionarias, con

emoción y gratitud a quienes nos precedieron, a pesar de las derrotas. Las

derrotas nunca son definitivas porque incluso la libertad está en la

lucha, en la rebeldía. Pero la derrota más profunda ha sido cultural. La

actual denigración de la política y la cultura lleva la marca del triunfo

capitalista y está expresada en esta impostura y en estos vaqueristas

ilustrados.

Por suerte pareciera olerse en el aire que se avecina un nuevo ciclo de

luchas, quizás como dice mi editor, un nuevo ciclo de treinta años. Es de

esperar que esta vez no olvidemos una lección esencial del Che “elegir el

terreno de lucha”. Tal como hicimos en los setentas huyamos de los

comités, de los “locales”, de las universidades, incluidas las llamadas

“alternativas”. (Digo huir en sentido político, no del empleo con el que

nos ganamos la vida, docente, periodista, albañil, colectivero, o lo que

sea, y que a veces nos seduce haciéndonos creer que desde allí hacemos la

revolución) Si logramos superar la fascinación por el terreno con el que

busca y logra seducirnos la clase dominante, no sólo el parlamento, sino

esencialmente las academias, la universidad y los medios de comunicación,

los sindicatos, podremos entender por fin que ni la política ni la

cultura emancipatoria está en esos ámbitos; la política y la cultura está

en otra parte: descubrir dónde es esa “otra parte”, es haber asimilado en

profundidad la herencia del Che.

Fuentes: www.codoacodourge.blogspot.com www.nodo50.org/codoacodo http://www.lafogata.org

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